Clases de idiomas, de apoyo, deportes, artes, todas las actividades necesarias que permitan que el niño (a) sea mejor, que se forme adecuadamente, con el argumento de darles herramientas para que se abran paso en el camino laboral.
Lo anterior, no es que esté incorrecto, cada padre de familia busca lo mejor para sus hijos, en mi caso, mi madre me decía, constantemente: “Sal a comerte el mundo”. Pero el tema, es que no sólo de preparación académica y física debe conformarse el desarrollo de una persona… es claro que falta algo más. En mi particular punto de vista, el complemento a este plan, es la parte espiritual. Y no hablo de la formación religiosa, que también la considero importante, sino de lo que se siente en el interior, las emociones, el corazón, los valores, la voz interna, etc… pues, llegará el momento en que esa personita se tope con él, frente a frente y posiblemente, no sabrá cómo actuar.
En una ocasión, escuché a un padre de familia, responder en una entrevista que él había decidido inscribir a su hija en un colegio religioso, porque matemáticas y computación, en cualquier escuela se lo enseñaban.
Lo que se aprende en la infancia, dicen los expertos, es lo que crea y forma a un individuo, son las raíces de los actos, así que imagino la complicación de los papás por las decisiones que deben tomar en esta etapa de sus vidas, porque estarán contribuyendo al futuro de sus hijos.
Con esta reflexión no se trata de señalar culpables, sino tomar responsabilidades y no sólo de los padres, sino de los hijos también, pues llega el momento de la adultez y toca hacerse cargo de lo que eso implica. La invitación, es más bien, preguntarnos: ¿qué se busca?¿qué quiero que logre mi hijo? ¿quiero que sea campeón, presidente de la nación, cómo dice la canción?¿que un hijo-persona sea competitiva, competidora, individualista, egoísta… o que desarrolle su talento para beneficio de los demás?… es decir, ser colaborativo con el don que posee o las habilidades que adquiera.
Y para prueba, basta un botón, ¿cuántos casos de profesionistas conocemos, sabemos o experimentamos, donde el pensamiento de competencia rige los actos? Ser el mejor de todos, buscar el primer lugar, demostrar que se tiene más preparación e incluso hay casos que con tal de triunfar, forjan su desarrollo a través de empujar, pisotear o eliminar a personas. Y aún más triste, a sí mismos, cometiendo actos en contra de la propia dignidad y valor humano.
Se cree que el compartir conocimiento puede poner en desventaja, que mejor no se contribuya, porque tal vez ganen el puesto o superen el nivel. Y si elevamos este pensamiento a la máxima potencia, pues resulta que en la empresa la mayoría tiene tal creencia, así que podemos imaginar en lo que se convierte aquello.
Ese profesionista, cuando ingresa a un trabajo, sus compañeros se vuelven sus contrincantes, se pone en posición de defensa y está listo con el puño por si hay golpes que dar, así como cubrirse de los que cree recibirá. No afirmo que en todos los casos sea así, pero no es novedad para nosotros, reconocer que estas historias, son el pan de cada día en los ambientes laborales.
Adicionalmente, este nuevo trabajador obtiene un logro y busca la recompensa o mínimo un reconocimiento en el mural, una medalla o un aplauso de toda la empresa, pues él sigue creyendo que está en ese torneo deportivo o artístico. Y como esto, se vuelve atractivo y continúa alimentando el ego propio, de los papás, de la familia, pues entonces se vuelve una meta.
El deporte más allá del esfuerzo físico, establece una meta y se busca obtenerla, en ese sentido está muy bien, pero el hacerme ganador es el resultado de que otro pierda. Esa imagen de un partido de fútbol donde un equipo brinca de alegría mientras es observado por el que llora su derrota, y este sentimiento se pasa a las gradas y de las gradas a las salas de los hogares y sabemos que ahí no para. Hay teorías que estudian este tema. Por otro lado, cómo no traer a la mesa, aquella anécdota en las Olimpiadas en donde un participante cayó en una carrera de obstáculos, cuando iba en la punta del grupo, y uno de otro país, se paró a ayudarle, provocando que todos los demás se sumaran y juntos caminaron hacia la meta, en señal de que el triunfo era de todos.
No creo que el deporte sea malo, mi opinión es que como todo en la vida, es el uso que le damos a ello. Para mí, la competencia debe ser conmigo misma, ser mejor cada vez en todos los aspectos. Mis primeros sentimientos fuertes sobre lo que era el trabajo grupal, los experimenté con mi equipo de básquetbol y vóleibol, pero reconozco que nos hacían ver que éramos mejor que los demás, que confiáramos en que con nuestros talentos íbamos a derrotar en las canchas a los otras, y es en esto, en lo que hoy reflexiono.
Ser una persona competitiva es el objetivo de muchos, pero se confunde con contrincante, como lo mencionaba anteriormente. Mínimos son los casos en que se desea saber y aprender más para poder ayudar de mejor manera a los demás.
Buscar el crecimiento, estar abierto al aprendizaje e ir en conquista del triunfo no digo que esté mal, sólo me pregunto: ¿cómo lo estoy obteniendo?, ¿cómo lo aplico?, ¿qué representa un logro en mi vida?, ¿para qué sirve mi talento?
La Madre Teresa de Calcuta, decía: “Quien no vive para servir; no sirve para vivir”… y con esto viene a mi mente, lo que un buen amigo me dice: “Quien cree que solo lo va a lograr; solo se va a quedar”.
La diferencia entre una empresa a una buena empresa, es su gente. Y para que la gente sea productiva, eficiente, se sienta cómoda, con sentido de pertenencia, es verdad, implica varios factores, pero el principal de ellos, es que perciba un ambiente de colaboración. En donde pueda pedir ayuda sin que se le juzgue de ignorante, y sin que el que le ayude, le presuma de sabio. En donde se comparta la experiencia y circule la información, pues conocimiento que no se comparte, de nada sirve. Hoy en día, me atrevo a pensar que es el dolor más fuerte del mundo de los negocios.
“La unión hace la fuerza”, esa frase tan trillada pero tan poco aplicada, creo que puede ser una verdadera herramienta para abrirnos paso en cualquier camino… acompañada de personas que valoran su talento y lo ponen a disposición de los demás, unirme a esa filosofía y hacerlo yo también, puedo llegar muy lejos y entonces sí… “comerme el mundo”.
Hoy agradezco a mis padres su esfuerzo y apoyo para mi formación, a los maestros que fueron pieza clave en mi vida, a los jefes y compañeros de trabajo que a través de las variadas experiencias me enseñaron a identificar lo que sí quiero ser y no, como parte de un equipo de trabajo… pero especialmente, doy gracias a DIOS por coincidir con quienes hoy convivo laboral y personalmente: DEHO COMUNIDAD, mi reconocimiento y gratitud por su compañerismo y amistad… por reforzar mi objetivo de COLABORAR y COMPARTIR talentos!